lunes, 21 de abril de 2014

Noche Frías


A esta hora en las calles hay cientos de personas pasando frío, personas anónimas que nadie sabe su nombre, ni se interesan en saberlo. Esas personas marginadas las cuales vemos en la calle, pero que al mismo tiempo no las vemos, nos es indiferente quien pueda ser y porque es esa su situación. Como sociedad debemos tomar conciencia de que mientras nosotros tenemos la suerte de estar en nuestra habitación, calentitos, sabiendo que nos espera un plato caliente de comida cuando llegamos a nuestras casa, hay personas y familias en situación de calle, sin rumbo, sin futuro y sabiendo que a nadie le importa si hoy están y mañana ya no.

NOCHES FRÍAS

Era tarde, muy tarde, la noche estaba fría y oscura.
En un callejón, un hombre, de unos cuarenta años de edad, dormía tapado con cartones y dos buzos de lana todos agujereados. La gente pasaba caminando por su lado, pero eran muy pocos los que le prestaban atención. Para muchos era un ser invisible, ni notaban su presencia.
Si al pasar alguien se detenía a observarlo, se podía ver que ese pobre hombre, de vez en cuando, le temblaba todo el cuerpo.
Cuando amanecía, se lo veía despertar y así comenzar con su rutina. Lo primero que hacía era acariciar a su perro, que era la única familia que tenía, luego escondía sus cartones detrás de un bote de basura, guardaba sus pocas pertenencias en una bolsa de basura negra y salía a recorrer el centro de Montevideo en busca de algo para desayunar.
Revisaba los tachos de basura de los bares y restaurantes. De vez en cuando una anciana, que vivía cerca de donde él dormía, le daba pan y un vaso de plástico con leche caliente, pero muchas veces se quedaba con las ganas de comer al no encontrar nada en toda la mañana.
Su día consistía en vagar por las calles, sentarse, con una lata toda oxidada entre sus piernas, esperando a que alguien se apiade y le de una moneda, la cual usaría para poder comer él y su perro y luego volvía, con el estomago más o menos lleno, a su callejón a intentar dormir.
Una noche escucho como alguien se aproximaba a donde se encontraba. Se despertó lo más rápido que pudo, para defenderse si era necesario.
Al ver con más detenimiento vio que era un hombre desnutrido, con barba y bigote, desprolijo y más sucio que él. Acto seguido el invasor le intento robar su bolsa, a lo que este le respondió con un golpe. Ambos entraron a forcejear hasta que el delincuente saco un cuchillo de cocina de su cintura y lo apuñalo tres veces en su estomago. Todo empezó a ponerse oscuro y más oscuro y vio como su agresor escapaba con su bolsa hasta que desapareció en la esquina, luego se dejo caer hasta no sentir más nada y murió.
Cuando amaneció, una mujer gritó al ver el cuerpo inerte del pobre hombre. Al lado del cadáver se encontraba su amigo fiel, gimiendo. Él había salido a cazar en la noche, ya que ese día no había podido comer nada, y cuando volvió encontró a si dueño muerto. Lo único que atino a hacer fue recostar su cabeza en el pecho sangrando de su amigo y quedarse allí hasta que despertara en la mañana, pero eso nunca sucedió.
La policía técnica llegó a la escena del crimen y sin más se llevaron el cadáver.
Nunca se supo quien había sido el asesino de aquel pobre hombre, pero tampoco a a nadie le importo, nadie se pregunto por el vagabundo que recorría las calles buscando que comer, ni cual había sido su nombre y menos porque se encontraba en esa situación.
Esa es una de las tantas historias que se dan día a día, mientras los demás piensan en que se puede comprar al día siguiente o que programa puede contaminar un poquito más nuestra mente, total son historias anónimas que a nadie le place escuchar, porque no les afecta en absolutamente nada.

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lunes, 21 de abril de 2014

Noche Frías


A esta hora en las calles hay cientos de personas pasando frío, personas anónimas que nadie sabe su nombre, ni se interesan en saberlo. Esas personas marginadas las cuales vemos en la calle, pero que al mismo tiempo no las vemos, nos es indiferente quien pueda ser y porque es esa su situación. Como sociedad debemos tomar conciencia de que mientras nosotros tenemos la suerte de estar en nuestra habitación, calentitos, sabiendo que nos espera un plato caliente de comida cuando llegamos a nuestras casa, hay personas y familias en situación de calle, sin rumbo, sin futuro y sabiendo que a nadie le importa si hoy están y mañana ya no.

NOCHES FRÍAS

Era tarde, muy tarde, la noche estaba fría y oscura.
En un callejón, un hombre, de unos cuarenta años de edad, dormía tapado con cartones y dos buzos de lana todos agujereados. La gente pasaba caminando por su lado, pero eran muy pocos los que le prestaban atención. Para muchos era un ser invisible, ni notaban su presencia.
Si al pasar alguien se detenía a observarlo, se podía ver que ese pobre hombre, de vez en cuando, le temblaba todo el cuerpo.
Cuando amanecía, se lo veía despertar y así comenzar con su rutina. Lo primero que hacía era acariciar a su perro, que era la única familia que tenía, luego escondía sus cartones detrás de un bote de basura, guardaba sus pocas pertenencias en una bolsa de basura negra y salía a recorrer el centro de Montevideo en busca de algo para desayunar.
Revisaba los tachos de basura de los bares y restaurantes. De vez en cuando una anciana, que vivía cerca de donde él dormía, le daba pan y un vaso de plástico con leche caliente, pero muchas veces se quedaba con las ganas de comer al no encontrar nada en toda la mañana.
Su día consistía en vagar por las calles, sentarse, con una lata toda oxidada entre sus piernas, esperando a que alguien se apiade y le de una moneda, la cual usaría para poder comer él y su perro y luego volvía, con el estomago más o menos lleno, a su callejón a intentar dormir.
Una noche escucho como alguien se aproximaba a donde se encontraba. Se despertó lo más rápido que pudo, para defenderse si era necesario.
Al ver con más detenimiento vio que era un hombre desnutrido, con barba y bigote, desprolijo y más sucio que él. Acto seguido el invasor le intento robar su bolsa, a lo que este le respondió con un golpe. Ambos entraron a forcejear hasta que el delincuente saco un cuchillo de cocina de su cintura y lo apuñalo tres veces en su estomago. Todo empezó a ponerse oscuro y más oscuro y vio como su agresor escapaba con su bolsa hasta que desapareció en la esquina, luego se dejo caer hasta no sentir más nada y murió.
Cuando amaneció, una mujer gritó al ver el cuerpo inerte del pobre hombre. Al lado del cadáver se encontraba su amigo fiel, gimiendo. Él había salido a cazar en la noche, ya que ese día no había podido comer nada, y cuando volvió encontró a si dueño muerto. Lo único que atino a hacer fue recostar su cabeza en el pecho sangrando de su amigo y quedarse allí hasta que despertara en la mañana, pero eso nunca sucedió.
La policía técnica llegó a la escena del crimen y sin más se llevaron el cadáver.
Nunca se supo quien había sido el asesino de aquel pobre hombre, pero tampoco a a nadie le importo, nadie se pregunto por el vagabundo que recorría las calles buscando que comer, ni cual había sido su nombre y menos porque se encontraba en esa situación.
Esa es una de las tantas historias que se dan día a día, mientras los demás piensan en que se puede comprar al día siguiente o que programa puede contaminar un poquito más nuestra mente, total son historias anónimas que a nadie le place escuchar, porque no les afecta en absolutamente nada.

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A esta hora en las calles hay cientos de personas pasando frío, personas anónimas que nadie sabe su nombre, ni se interesan en saberlo. Esas personas marginadas las cuales vemos en la calle, pero que al mismo tiempo no las vemos, nos es indiferente quien pueda ser y porque es esa su situación. Como sociedad debemos tomar conciencia de que mientras nosotros tenemos la suerte de estar en nuestra habitación, calentitos, sabiendo que nos espera un plato caliente de comida cuando llegamos a nuestras casa, hay personas y familias en situación de calle, sin rumbo, sin futuro y sabiendo que a nadie le importa si hoy están y mañana ya no.

NOCHES FRÍAS

Era tarde, muy tarde, la noche estaba fría y oscura.
En un callejón, un hombre, de unos cuarenta años de edad, dormía tapado con cartones y dos buzos de lana todos agujereados. La gente pasaba caminando por su lado, pero eran muy pocos los que le prestaban atención. Para muchos era un ser invisible, ni notaban su presencia.
Si al pasar alguien se detenía a observarlo, se podía ver que ese pobre hombre, de vez en cuando, le temblaba todo el cuerpo.
Cuando amanecía, se lo veía despertar y así comenzar con su rutina. Lo primero que hacía era acariciar a su perro, que era la única familia que tenía, luego escondía sus cartones detrás de un bote de basura, guardaba sus pocas pertenencias en una bolsa de basura negra y salía a recorrer el centro de Montevideo en busca de algo para desayunar.
Revisaba los tachos de basura de los bares y restaurantes. De vez en cuando una anciana, que vivía cerca de donde él dormía, le daba pan y un vaso de plástico con leche caliente, pero muchas veces se quedaba con las ganas de comer al no encontrar nada en toda la mañana.
Su día consistía en vagar por las calles, sentarse, con una lata toda oxidada entre sus piernas, esperando a que alguien se apiade y le de una moneda, la cual usaría para poder comer él y su perro y luego volvía, con el estomago más o menos lleno, a su callejón a intentar dormir.
Una noche escucho como alguien se aproximaba a donde se encontraba. Se despertó lo más rápido que pudo, para defenderse si era necesario.
Al ver con más detenimiento vio que era un hombre desnutrido, con barba y bigote, desprolijo y más sucio que él. Acto seguido el invasor le intento robar su bolsa, a lo que este le respondió con un golpe. Ambos entraron a forcejear hasta que el delincuente saco un cuchillo de cocina de su cintura y lo apuñalo tres veces en su estomago. Todo empezó a ponerse oscuro y más oscuro y vio como su agresor escapaba con su bolsa hasta que desapareció en la esquina, luego se dejo caer hasta no sentir más nada y murió.
Cuando amaneció, una mujer gritó al ver el cuerpo inerte del pobre hombre. Al lado del cadáver se encontraba su amigo fiel, gimiendo. Él había salido a cazar en la noche, ya que ese día no había podido comer nada, y cuando volvió encontró a si dueño muerto. Lo único que atino a hacer fue recostar su cabeza en el pecho sangrando de su amigo y quedarse allí hasta que despertara en la mañana, pero eso nunca sucedió.
La policía técnica llegó a la escena del crimen y sin más se llevaron el cadáver.
Nunca se supo quien había sido el asesino de aquel pobre hombre, pero tampoco a a nadie le importo, nadie se pregunto por el vagabundo que recorría las calles buscando que comer, ni cual había sido su nombre y menos porque se encontraba en esa situación.
Esa es una de las tantas historias que se dan día a día, mientras los demás piensan en que se puede comprar al día siguiente o que programa puede contaminar un poquito más nuestra mente, total son historias anónimas que a nadie le place escuchar, porque no les afecta en absolutamente nada.